El
Descubrimiento que todavía no fue: España y América
x Eduardo Galeano
Ellos tenían la biblia y
nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: 'Cierren los ojos y recen'. Y
cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros la biblia
I. El delito de ser
Hacía cuatro años que Cristóbal Colón habla pisado por vez
primera las playas de América, cuando su hermano Bartolomé inauguró el
quemadero de Haití. Seis indios, condenados por sacrilegio, ardieron en la
pira. Los indios habían cometido sacrilegio porque habían enterrado unas
estampitas de Jesucristo y la Virgen. Pero ellos las habían enterrado para que
estos nuevos dioses hicieran más fecunda la siembra del maíz, y no tenían la
menor idea de culpa por tan mortal agravio.
¿Descubrimiento o encubrimiento?
Ya se ha dicho que en 1492 América fue invadida y no descubierta,
porque previamente la habían descubierto, muchos miles de años antes, los
indios que la habitaban. Pero también se podría decir que América no fue
descubierta en 1492 porque quienes la invadieron no supieron, o no pudieron,
verla.
Sí la vio Gonzalo Guerrero, el conquistador conquistado,
y por haberla visto murió de muerte matada. Sí la vieron algunos profetas, como
Bartolomé de Las Casas, Vasco de Quiroga o Bernardino de Sahagún, y por haberle
visto la amaron y fueron condenados a la soledad. Pero no vieron América los
guerreros y los frailes, los notarios y los mercaderes que vinieron en busca de
veloz fortuna y que impusieron su religión y su cultura como verdades únicas y
obligatorias. El cristianismo, nacido entre los oprimidos de un imperio, se
había vuelto instrumento de opresión en manos de otro imperio que entraba en la
historia a paso avasallante. No había, no podía haber, otras religiones, sino
supersticiones e idolatrías; toda otra cultura era mera ignorancia. Dios y el
Hombre habitaban Europa; en el Nuevo Mundo moraban los demonios y los monos. El
Día de la Raza inauguró un ciclo de racismo que América padece todavía. Muchos
son, todavía, los que ignoran que allá por 1537 el Papa decretó que los indios
estaban dotados de alma y razón.
Ninguna empresa imperial, ni las de antes ni las de
ahora, descubre. La aventura de la usurpación y el despojo no descubre:
encubre. No revela: esconde. Para realizarse necesita coartadas ideológicas que
conviertan la arbitrariedad en derecho.
En un trabajo reciente, Miguel Rojas-Mix advertía que
Atahualpa fue condenado por Pizarro porque era culpable de delito de ser
otro o, lisa y llanamente, culpable de ser. La voracidad de oro y plata
requería una máscara que la ocultara; y así Atahualpa resultó acusado de idolatría,
poligamia e incesto, lo que equivalía a condenarlo por practicar una cultura diferente.
De igual a igual
La conquista española reprodujo, en América, lo que en
España había ocurrido y seguía ocurriendo en aquellos años. En 1562, fray Diego
de Landa quemó los códices mayas en una gigantesca hoguera en Yucatán. En 1499,
en Granada habían ardido hasta las cenizas los libros islámicos que el
arzobispo Cisneros había arrojado a las llamas. La España que conquistó América
no era el resultado de la suma de sus partes, sino que estaba sufriendo la más
feroz amputación de toda su historia: la España católica se imponía como España
única, aniquilando a sangre y fuego a la España musulmana y a la España judía.
La intolerancia y el latifundio, la Inquisición y las mercedes de tierras,
sellaban la frustración de la España múltiple y abierta a los vientos del
progreso -la que pudo haber sido y no fue.
A la cristianización compulsiva siguió, tiempo después, a
partir de la dinastía de los Borbones, la castellanización compulsiva. El
centralismo castellano, negador de la pluralidad nacional y cultural de España,
llegó al paroxismo bajo la dictadura de Franco.
Ahora, tras siglos de represión, España se está
descubriendo, se está redescubriendo a sí misma. Con nuevos ojos, en el
despertar de la democracia, España empieza a verse en su propia
densidad; y empieza a reconocer, en ella, su identidad verdadera. Es una identidad
de contradicciones, porque está viva, y contradictoriamente se manifiesta.
Nación de naciones, múltiple de pueblos y de ideas, de culturas y de lenguas,
España despliega la fecunda pluralidad que la hace singular. En este proceso,
proceso difícil, amenazador y amenazado, castellanos, catalanes, andaluces,
vascos y gallegos reivindican y reconocen sus perfiles propios en el espacio
común.
Al verse, España puede vernos. De igual a
igual. No desde abajo, como algunos españoles miran todavía al resto de Europa
y a los Estados Unidos. Ni desde arriba, como algunos españoles miran todavía a
los países latinoamericanos y a las demás regiones despectivamente llamadas
"tercermundistas'. Vistos desde abajo, todos parecen gigantes. Vistos
desde arriba, todos parecen enanos.
De igual a igual, que es la manera de descubrir.
II. Las áreas malditas
El año pasado, en Barcelona, en un bello y dolorido
discurso, dijo Tomás Borge: "Colón adivinó América, pero Europa no la ha
descubierto todavía".
Tomás Borge, fundador del Frente Sandinista y dirigente
de la revolución nicaragüense, había llegado a España pocos días antes. Había
llegado para denunciar al gigante matón que acosa a su pequeño país, pero desde
que llegó no pudo hacer más que defenderse. No bien salió del avión, la
tormenta se le vino encima: los diarios, radios y canales de España habían
amanecido pregonando que Nicaragua tenía la culpa del terrorismo en el País
Vasco. Nadie había exhibido, ni exhibiría jamás, ninguna prueba; pero las
fuentes bien informadas sabían que Nicaragua entrenaba y amparaba a los
terroristas de la ETA.
¿Tema para Freud?
No era sorprendente que se hubiera fabricado el
mamarrachesco cuento de la ETA para consumo español, ni que los medios de
comunicación más reaccionarios lo hubieran difundido con entusiasmo. Pero, en
cambio, resultaba asombrosamente revelador y doloroso que muchos medios
democráticos y progresistas hubieran prestado amplio eco a semejante cochinada.
¿Por qué la Madre Patria no es la más solidaria a la hora
de celebrar la transformación de sus hijas más desdichadas? Llama la atención
la actitud voluble, y a veces intolerante y arbitraría, de muchos políticos e
intelectuales democráticos de España, y de Europa en general, en relación con
los procesos revolucionarios latinoamericanos. El caso de España es el que más
duele, por razones que la razón conoce y que mejor conocen las entrañas; y
porque la historia común implica, al fin y al cabo, una responsabilidad
compartida. Por no dar más que un ejemplo, podríamos citar los problemas que
tuvieron los homosexuales en Cuba, tema predilecto de la prensa española. La
homosexualidad era libre, en tiempos precolombinos, en toda la región del mar
Caribe; y no es una locura suponer que los prejuicios de los cubanos ante la
homosexualidad no provienen de los asesores soviéticos, sino de los
conquistadores que en los albores del siglo XVI arrojaban indios homosexuales a
los perros carniceros. Del mismo modo se podría subrayar el hecho obvio de que
la pobreza y la violencia de muchos países hispanoamericanos no forman parte de
su naturaleza exótica, sino que hunden sus raíces en la historia: se remontan a
los tiempos en que la América colonial fue puesta al servicio de la acumulación
de capitales en Europa.
El respeto a la diferencia
Tampoco contribuye al necesario descubrimiento de
América la aplicación facilonga de etiquetas europeas a procesos que se
desarrollan en realidades diferentes. La realidad latinoamericana es otra
realidad. España es una de sus madres históricas y culturales, fundamental para
quienes hablamos la lengua castellana, pero no es la única madre; y desde
España, desde Europa, no siempre resulta posible hacerse una idea cabal de las
trágicas urgencias que nuestras tierras están viviendo.
¿Solamente copias, solamente ecos genera América Latina?
Eso parecen creer quienes reducen el peronismo a un fascismo con ritmo de tango
y quienes descalifican a la revolución cubana como mero estalinismo con
palmeras. Y ya los espectadores de la historia, siempre dispuestos a sentirse
por ella traicionados, hablan de Nicaragua como si Nicaragua fuera no más que
la última bailarina incorporada al vasto elenco del Bolshoi.
Nicaragua, pobrísimo país, quiere nacer. Y un imperio
mucho más poderoso que aquel de Carlos V quiere impedir, a sangre y fuego, que
Nicaragua nazca. Y quiere obligarla a convertirse en un cuartel, un cuartel de
hambrientos, para que el mundo confirme que los países pobres sólo son capaces
de cambiar una dictadura por otra. En ese pedacito de la vasta comunidad de
habla española se está dilucidando, pues, una cuestión esencial: ¿Es la
democracia un lujo solamente posible para los países ricos? ¿Es la democracia
una parte del botín que esos países ricos arrancan a través de la estructura
internacional de la piratería?
¿Come miseria la democracia?
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