Vivimos en un océano de
engaño, nuestra comunidad esta siendo manipulada, desinformada, y destruida,
por un abate y un grupo minúsculo de gacetilleros de radiodifusión, quienes
hayudan a la impunidad de crimenes de Estado...
Sobre la traición y los traidores
Nada puede resultar más despreciable
que un traidor. Quien traiciona a sus amigos, a su
gente o a su propio pueblo merece, creo yo, la ignominia eterna. Dante condenaba a
los traidores al último círculo infernal, al lado de Satán. Allí estaban tres
de los mayores traidores de la historia universal: Bruto, Casio y, cómo no,
Judas Iscariote. El traidor es nuestro peor enemigo, pues solamente
lo reconocemos cuando nos ha metido en lo hondo el cuchillo por la espalda.
Ahora bien,
¿por qué traiciona el traidor? ¿Por treinta monedas de plata o por motivos algo
más altruistas?
Vivimos en un océano de
engaño, nuestra comunidad esta siendo manipulada, desinformada, y destruida,
por un abate y un grupo minúsculo de gacetilleros de radiodifusión, quienes
hayudan a la impunidad de
crimenes de Estado
Bruto mató a
Julio César porque llegó a la conclusión de que su mentor se había convertido
en un tirano que quería acabar con la República de Roma. De ser así, su
participación en el magnicidio estaría justificada. En muchos traidores hay,
según quien lo vea, un libertador. Vellido Dolfos fue un asesino alevoso para
los castellanos y un héroe para los zamoranos. Claus Stauffenberg, el
aristócrata alemán que intentó asesinar a Hitler, es, a todos los efectos, un
mártir en Alemania. Alguien dejó escrito en su epitafio: “fui traidor y fui
infiel: infiel a todo fanatismo
y traidor a
todo régimen totalitario”, lo cual muchos suscribirían, empezando por mí,
aunque traición no es, ni puede ser, rebelión, disidencia o reniego, sino
profunda deslealtad y ruptura con los vínculos más estrechos que uno tiene con
sus amigos, su familia o su pueblo. El traidor es, ante todo, alguien que está
dispuesto a venderse por treinta monedas de plata.
Policía de Toronto masacra a Rodrigo Hector Almonacid González: nuevamente otra familia Latino Americana se enfrenta una situación devastadora, llaman por ayuda de la policía, pero en vez de proveer seguridad a la familia, la policía tortura y elimina a Rodrigo.
Lo cual nos
lleva, de nuevo, a la figura de Judas, que a mí me ha fascinado desde niño
cuando, en los días previos a mi primera comunión, la señorita Josefina nos
contaba con dramática voz delante de varias diapositivas la conducta aviesa de
ese apóstol traidor. ¿Quién puede olvidar la escena del plato compartido en la
Última Cena y las palabras de Jesús diciendo a sus comensales que uno de los
allí presentes lo traicionaría y que sería quien mojara a la vez que él el pan
en el plato? ¿O el beso en el Huerto de Getsemaní, entre una penumbra de
centuriones y olivos al fondo?
Un niño se hace
pocas preguntas. Acepta lo que le cuentan tal cual, aunque los hechos que se le
cuenten no tengan mucho sentido o resulten, a poco que se reflexione, bastante
inverosímiles. Si Jesús sabía que Judas lo iba a traicionar, ¿por qué permitió
que lo hiciera? Y si permitió la traición y no hizo nada para impedirla, ¿no
estaba en el fondo aconchabado con el propio Judas? Ya Irineo, en su lista de
herejías, citaba escandalizado un evangelio apócrifo en el cual, al parecer,
Judas era el apóstol favorito de Jesús y su traición una sutil estrategia
dentro del plan divino para librar a la humanidad de su pecado original. Es muy
posible que basado en esta referencia Borges urdiera “Las tres versiones de
Judas”, extraordinario relato en el cual un estudioso bíblico llega a la
revolucionaria, paradójica y herética conclusión de que el verdadero Jesús no
es otro que Judas: “Dios totalmente se hizo hombre hasta la infamia, hombre
hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los
destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o
Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue Judas”.
Documental sobre Genocidio en Canada por la
Iglesia Anglicana y Católica.
La mejor
literatura suele ser profética. Hace treinta años se descubrió nada menos que
“El Evangelio de Judas” por unos campesinos egipcios, y tras pasar de mano en
mano en una historia que puede recordarnos a una novela de Dan Brown, el texto
copto, con traducción al inglés, se publicó finalmente en 2006. Allí estaba
todo tal como lo había contado Irineo y sospechado, de alguna manera, Borges.
El traidor no era tal, sino el mejor aliado que tenía Jesús. Su sacrificio era
extravagante, pero absolutamente necesario. Gracias a Judas, Jesús se unía a la
divinidad y, con ello, abría también la puerta para aquellos que compartían su
saber. Al final del diálogo, Jesús terminaba por decirle a su caro discípulo lo
siguiente: "Tú serás el decimotercero, y serás maldito por generaciones, y
vendrás para reinar sobre ellos".
Todo grupo
humano necesita su chivo expiatorio y su traidor, su Guy Fawkes y su hombre del
saco. Las fogatas que hacemos cada año para quemarlos en efigie puede que no
sean sino el reconocimiento tácito de su redentor sacrificio.
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