Francisco de Goya
x Jorge Majfud : El absurdo que crea y
sostiene una determinada realidad se convierte en la lógica de las mayorías
Imaginemos dos
situaciones sociales, dos absurdos colectivos. En una (llamémoslo Absurdo A),
cada uno de los individuos de un país, del planeta todo, posee exactamente la
misma riqueza que su vecino.
Sus defensores
argumentarían que hay, por lo menos dos razones para esa realidad: primero, la
riqueza generada por cada individuo no se debe exclusivamente a su mérito y
esfuerzo individual sino a una serie de logros y esfuerzos que derivan de la
sociedad toda (de vivos y de muertos a lo largo de miles de años, claro). La
segunda razón sería: aunque no todos pueden contribuir de la misma forma, en la
misma proporción, es por una razón moral que los fuertes deban ayudar a los
débiles y no al revés. Al fin y al cabo, estas ideas han estado en los libros
(no en las prácticas) de todas las religiones conocidas a lo largo de la
historia de la humanidad, con la única excepción de algunas sectas
contemporáneas que afirman que Jesús les pide a sus pastores que hagan sangrar
a los miembros de su iglesia para pagar un avión privado de 54 millones de
dólares.
¿Por qué sería
esto absurdo o demasiado radical? Bueno, se podría argentar, porque no todos
somos iguales. Unos nacen más inteligentes que otros, otros poseen una
capacidad de trabajo y sacrificio mayor, etcétera. Que haya una plétora de
millonarios haraganes y con deficiencias mentales es un detalle en el cual no
vamos a entrar ahora.
Vicent
Van Gogh
Comedores de patatas
Entonces,
imaginemos lo opuesto. Imaginemos un Absurdo B, algo aún más absurdo que
el Absurdo
A.
Imaginemos un
país, un mundo donde el diez por ciento de la población sea dueña de tanta
riqueza como la mitad de la población de ese país, de esa sociedad…
No, mejor
exageremos un poco más para hacerlo más dramático: imaginemos un país, una
sociedad donde el uno por ciento de la población acumule tanta riqueza como la
mitad de ese país, o como la mitad del mundo entero…
Un momento. El
uno por ciento del mundo sería más de setenta millones de personas, algo así
como la población de Turquía o de Inglaterra. No, exageremos un poquito más.
Para el Absurdo B imaginemos que cien personas poseen lo mismo que la
mitad más pobre de la población mundial, que en el país más rico y poderoso del
mundo, EEUU, el 60 por ciento apenas alcance al seis por ciento de toda la
riqueza generada por ese país, que en otras regiones, como en América latina,
las desproporciones sean aún mayor. Y así, sigamos con la imaginación,
exagerando hasta la caricatura del Absurdo B. Sólo hay que tener cierto
cuidado, como en una sesión de tortura se debe preservar la vida del
interrogado, porque si exageramos mucho el sistema global colapsaría y eso no
les serviría a los cien hombres que lo poseen casi todo.
La diferencia
más importante entre el Absurdo A y el Absurdo B es que el Absurdo B existe y
es a lo que hemos llegado después de siglos de progreso tecnológico y
económico.
Cierto, es muy
difícil, sino imposible, establecer dónde está el punto justo entre el Absurdo
A y el Absurdo B, pero, en cualquier caso, no parece razonable
sostener ninguno de los dos absurdos. Menos
al mayor de los dos absurdos.
Un absurdo no
se revela por su existencia, sino todo lo contrario: el absurdo que crea y
sostiene una determinada realidad se convierte en la lógica de las mayorías. Si
la humanidad cree que la Tierra es plana porque es una obviedad que se
demuestra sola; si alguien quema a un hombre porque no entiende alguna complejidad
teológica y luego la quema se extiende a otros cientos y miles por las mismas
razones; si un esposo mata a su mujer porque no llegó virgen al matrimonio
porque eso estaba escrito en algún libro sagrado seguido por millones; si todos
repiten que la modernidad no se debe a siglos de inventores, científicos,
pensadores, activistas sociales y humildes trabajadores que financiaron todo
ese esfuerzo, sino a los venerados, geniales y supermillonarios CEOs, es porque
esos absurdos han sido normalizados y defendidos con ferocidad como si fueran
pariciones de la lógica o de la Madre naturaleza. Más cuando el poder que
sostiene un absurdo es tan desproporcionado que se alimenta desde arriba y
desde abajo, de izquierda y de derecha; cuando se alimenta y se defiende con la
hipocresía de quienes se benefician del absurdo y con el fanatismo de quienes
deben sufrirlo cada día, como si se tratase de una larga sequía o de una lluvia
interminable.
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