por Oleg Yasinsky: La última razón de ser que le queda a las Naciones Unidas es la de ilustrar el absoluto desprecio de unos pocos elegidos hacia la opinión de los demás. La ONU ya no es solo un viejo gastado e inútil espantapájaros para los criminales de Estado, sino que es el espejo de la hipocresía de las "democracias" actuales. No se entiende el sentido de la permanencia en esta organización de países que persistentemente ignoran sus resoluciones, sin la menor consecuencia para ellos.
Décadas de resoluciones anuales del Consejo de Seguridad condenando el bloqueo estadounidense contra Cuba y la ocupación israelí de los territorios palestinos han sido la demostración de la inutilidad de la opinión de la mayoría de la humanidad ante los intereses de un puñado de dueños del poder y de los medios masivos de información. Hoy, la burocracia internacional de la ONU unida por sus propios privilegios, que durante tantos años construyó la apariencia de una especie de orden jurídico planetario, se convierte rápidamente por propia inoperancia en cómplice del crimen.
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Algunos verdugos de buen corazón administran una inyección sedante al condenado, antes de su ejecución. El trabajo de la ONU hoy se parece mucho a este procedimiento.
Para enteder estas contradicciones de la ONU, revisemos algunos episodios de su historia reciente.
Recordemos, por ejemplo, que hace casi un año, en noviembre de 2022, la ONU realizó todo un espectáculo sobre un tema encargado, el del pago de reparaciones a Ucrania por parte de Rusia, adoptando una resolución, exigiéndolo. Lo cual es una decisión completamente hipócrita. En las últimas décadas, las principales superpotencias de Occidente han desatado docenas de guerras devastadoras, que destruyeron países enteros y no solo no pagaron ni un céntimo en reparaciones, sino que adquirieron como trofeo el control ilimitado sobre los recursos humanos y naturales de los territorios conquistados. En lugar de reparaciones, disculpas o al menos explicaciones, hubo torrentes de mentiras mediáticas, como en el caso des "las armas químicas de Sadam", "los crímenes de Milosevic", "el terrorismo de Gadafi", etc. Y después… silencio.
Es cierto que hay una excepción. En los años 80, cuando Nicaragua fue víctima de una agresión militar estadounidense, el Tribunal Internacional de Justicia de la ONU acusó al agresor, EE.UU., por las 38.000 muertes como consecuencia de la guerra no declarada y de la destrucción de infraestructuras civiles en Nicaragua, cuya población era de 3,5 millones de personas. La ONU condenó a Washington a pagar 17.000 millones de dólares en indemnizaciones. Después de 40 años, el Gobierno estadounidense se niega a efectuar pago alguno y desde entonces la ONU no ha dicho ni mu.
El 17 de diciembre de 2021, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas todavía podía aprobar proyectos rusos, adoptó una resolución contra la glorificación del nazismo. 130 países votaron a favor del documento titulado "Lucha contra la glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que contribuyen a la intensificación de las formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia". 49 países se abstuvieron. Solo Ucrania y EE.UU. se mostraron en contra.
La resolución "recomendaba" a los países que tomaran medidas concretas, apropiadas, "incluidas medidas legislativas y educativas, de conformidad con sus obligaciones internacionales en materia de derechos humanos, para impedir la revisión de los resultados de la Segunda Guerra Mundial y la negación de los crímenes contra la humanidad y los crímenes de guerra cometidos durante la Segunda Guerra Mundial".
Los autores de este documento condenaron enérgicamente cualquier incidente relacionado con la glorificación del nazismo, en particular los grafitis y la simbología de contenido pronazi, incluso en los monumentos a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. ¿Alguien en algún lugar de Europa recuerda aún este documento?
Por otro lado, el secretario general de la ONU, António Guterres, anunció este año que su organización destinaría la cifra récord de 250 millones de dólares a la lucha contra el hambre. Sería un error pensar que, en el caso imposible de un reparto perfectamente equitativo de la ayuda, cada uno de los 339 millones de hambrientos registrados oficialmente recibirá nada menos que 70 céntimos. Esta cantidad aún tendría que cubrir los sueldos y honorarios de los funcionarios encargados de la lucha contra el hambre, los billetes de avión, la mayoría en clase ejecutiva, y los gastos de viaje de todo el personal, además de los costos de prensa y de posibles acuerdos con grupos beligerantes en las zonas de conflicto armado.
Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), cerca de un tercio de la población mundial padece hambre o desnutrición. El aumento del número de personas hambrientas fue de 10 millones al año durante la última década, lo que, según estimaciones muy conservadoras, provoca 12 millones de muertes al año, es decir, al menos un millón de personas al mes mueren por esta causa.
El actual sistema económico mundial es una guerra de aniquilación. No hay guerra más híbrida que esta, en la que la prensa controlada por las corporaciones muestra imágenes desgarradoras de personas que mueren de hambre solo para fines publicitarios de organizaciones humanitarias o para condenar las políticas de ciertos gobiernos de países del tercer mundo totalmente dependientes del poder corporativo.
El hambre en el planeta no es solo un arma económica, sino también una consecuencia directa de la destrucción del planeta por la alquimia del dinero, que convierte los bosques en desiertos, los ríos en basureros y los valles floridos en vertederos. Para que nadie pueda interferir en este proceso, se está haciendo lo mismo con nuestra conciencia.
Matar de hambre a la parte "sobrante" e improductiva de la población forma parte del proyecto de un sistema que fomenta y financia esas mismas organizaciones humanitarias y ecologistas y que está acostumbrado a darnos lecciones de derechos y democracia.
Para concluir, una historia olvidada de la ONU, esta algo más antigua. Tras la expulsión de los invasores estadounidenses, en 1975 los jemeres rojos llegaron al poder en Kampuchea. Aparte del monstruoso experimento que se llevó a cabo con su propia población y bajo la excusa de la "amenaza del expansionismo vietnamita", protagonizaron numerosas provocaciones en la frontera con Vietnam, matando campesinos vitnamitas. El 25 de diciembre de 1978, el Ejército vietnamita invadió Kampuchea y derrocó rápidamente al régimen de Pol Pot.
La prensa internacional, que en aquel entonces tal vez aún conservaba algo de profesionalismo y decencia, llegó allí y mostró al mundo montañas de cráneos de las víctimas del régimen genocida en Kampuchea. Pero como la invasión vietnamita y el derrocamiento del gobierno de Pol Pot fue "una violación flagrante al derecho internacional y a la soberanía de un país independiente", la ONU reconoció a los jemeres rojos como un gobierno legítimo durante diez años, mientras que sus guerrillas en las selvas fronterizas con Tailandia seguían luchando contra los "ocupantes vietnamitas".
Si la ONU intenta sorprendernos mañana, pidiéndole al Estado de Israel disculpas por todas sus "resoluciones equivocadas" que lo han criticado, no nos sorprendería.
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