¿Qué es el neoliberalismo? »Su Definición ..
En los últimos años, existe una tendencia creciente y generalizada de desvirtuación del significado real de determinados términos, a menudo políticos o ideológicos. Es común ver que, tanto en los debates parlamentarios, como en las acaloradas discusiones de Twitter, se emplean adjetivos y descalificativos con el único objetivo de desarmar y anular los argumentos del adversario. De este modo, se tilda de fascista o comunista bolivariano a cualquier persona que contravenga nuestra opinión. Es en este contexto en el que, desde el periodismo, pero también como deber cívico, es necesario aportar luz y claridad, combatiendo los bulos y la desinformación. Así pues, se presenta un término con un amplio recorrido histórico, que ha visto la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la formación de la Unión Europea (UE), la crisis financiera de 2008… el neoliberalismo.
Los orígenes de esta corriente económica y política, se remontan a los años 20 y 30. El sistema de libre mercado propugnado por los liberales había fallado en su respuesta a las crisis de estos años y el keynesianismo se configuraba como la teoría hegemónica, tras el éxito del New Deal reflotando la economía americana tras el Crack de 1929.
En otras palabras, el laissez faire de los liberales se consideraba una visión macroeconómica obsoleta y las grandes economías como la estadounidense, pero también la soviética o la alemana, cada una con su propio estilo, apostaban por una fuerte intervención del Estado en la economía para resolver las contradicciones del sistema de libre mercado. De esta forma, el liberalismo clásico se vio en la necesidad de reinventarse, para no perecer.
Renovación de los postulados liberales
Ante esta amenaza, los liberales se repliegan y cierran filas. Estos organizan un coloquio en París en 1938, no muy diferente de los de hoy en día en algunas universidades, para intercambiar opiniones y reflexiones en un ambiente de rebosante ‘’intelectualidad’’, el Coloquio Walter Lippmann. Acudirán exponentes destacados de la doctrina liberal como el filósofo Louis Rougier (organizador), el sociólogo y economista alemán Alexander Rüstow (acuñador del término neoliberalismo) y el mismo Walter Lippmann, cuyo libro The Good Society sirvió como pretexto para organizar este simposio y discernir el futuro del liberalismo; entre muchas otras personalidades.
Al contrario de lo que se pueda pensar hoy en día, estos intelectuales, posiblemente influidos por los logros de las políticas keynesianas, convinieron, en mayor o menor medida, en la necesidad de llevar a cabo una renovación del liberalismo mediante la apuesta por un ‘’Estado fuerte’’, que asegurara la libre competencia, y por alejarse del laissez faire.
Sin embargo, como en toda corriente, no había un pensamiento homogéneo: Lippmann y Rougier defendían una mayor intervención estatal y otros, como los austriacos Hayek y Mises, se mostraban reluctantes a esta propuesta. Esto marcaría el futuro de las escuelas económicas neoliberales. Aun así, todos mostraban su acuerdo en proponer una tercera vía, ante el avance del socialismo y del fascismo en Europa.
Durante los siguientes años, estas teorías pasaron sin pena ni gloria por el plano político e intelectual. El final de la cruenta Segunda Guerra Mundial en 1945 desencadenó una nueva oleada de intervencionismo para reconstruir una Europa en ruinas. En 1944, Friedrich Von Hayek publicó The Road to Serfdom, el que según el historiador británico Perry Anderson constituirá la ‘’carta de fundación del neoliberalismo’’ y, 3 años más tarde, en 1947, el propio Hayek tomó la iniciativa y volvió a convocar a los máximos exponentes de la renovación liberal en Mont-Pèlerin.
Repetirán Hayek, Mises o Lippmann, a los que se unirán nuevos integrantes como el economista estadounidense Milton Friedman (asesor de gobiernos neoconservadores como el de Ronald Reagan en Estados Unidos o el de Margaret Thatcher en Reino Unido) o el filósofo austriaco Karl Popper y, por primera vez, una mujer, Veronica Wedgwood.
La relevancia de este encuentro reside en la fundación de la Sociedad Mont-Pèlerin por parte de estos intelectuales que se manifestaban en contra de la construcción del Estado Social en los países occidentales y del New Deal. La sociedad se definía como multidisciplinar, con reflexiones y postulados, por ende, no solo económicos, sino también filosóficos y políticos. Esta asociación ha evitado vincularse con partidos políticos, pero ha desempeñado un importante papel en la difusión del ideario neoliberal.
Movilizaciones sociales y construcción del Estado del Bienestar
Los orígenes de esta corriente económica y política, se remontan a los años 20 y 30. El sistema de libre mercado propugnado por los liberales había fallado en su respuesta a las crisis de estos años y el keynesianismo se configuraba como la teoría hegemónica, tras el éxito del New Deal reflotando la economía americana tras el Crack de 1929.
En otras palabras, el laissez faire de los liberales se consideraba una visión macroeconómica obsoleta y las grandes economías como la estadounidense, pero también la soviética o la alemana, cada una con su propio estilo, apostaban por una fuerte intervención del Estado en la economía para resolver las contradicciones del sistema de libre mercado. De esta forma, el liberalismo clásico se vio en la necesidad de reinventarse, para no perecer.
Renovación de los postulados liberales
Ante esta amenaza, los liberales se repliegan y cierran filas. Estos organizan un coloquio en París en 1938, no muy diferente de los de hoy en día en algunas universidades, para intercambiar opiniones y reflexiones en un ambiente de rebosante ‘’intelectualidad’’, el Coloquio Walter Lippmann. Acudirán exponentes destacados de la doctrina liberal como el filósofo Louis Rougier (organizador), el sociólogo y economista alemán Alexander Rüstow (acuñador del término neoliberalismo) y el mismo Walter Lippmann, cuyo libro The Good Society sirvió como pretexto para organizar este simposio y discernir el futuro del liberalismo; entre muchas otras personalidades.
Al contrario de lo que se pueda pensar hoy en día, estos intelectuales, posiblemente influidos por los logros de las políticas keynesianas, convinieron, en mayor o menor medida, en la necesidad de llevar a cabo una renovación del liberalismo mediante la apuesta por un ‘’Estado fuerte’’, que asegurara la libre competencia, y por alejarse del laissez faire.
Sin embargo, como en toda corriente, no había un pensamiento homogéneo: Lippmann y Rougier defendían una mayor intervención estatal y otros, como los austriacos Hayek y Mises, se mostraban reluctantes a esta propuesta. Esto marcaría el futuro de las escuelas económicas neoliberales. Aun así, todos mostraban su acuerdo en proponer una tercera vía, ante el avance del socialismo y del fascismo en Europa.
Durante los siguientes años, estas teorías pasaron sin pena ni gloria por el plano político e intelectual. El final de la cruenta Segunda Guerra Mundial en 1945 desencadenó una nueva oleada de intervencionismo para reconstruir una Europa en ruinas. En 1944, Friedrich Von Hayek publicó The Road to Serfdom, el que según el historiador británico Perry Anderson constituirá la ‘’carta de fundación del neoliberalismo’’ y, 3 años más tarde, en 1947, el propio Hayek tomó la iniciativa y volvió a convocar a los máximos exponentes de la renovación liberal en Mont-Pèlerin.
Repetirán Hayek, Mises o Lippmann, a los que se unirán nuevos integrantes como el economista estadounidense Milton Friedman (asesor de gobiernos neoconservadores como el de Ronald Reagan en Estados Unidos o el de Margaret Thatcher en Reino Unido) o el filósofo austriaco Karl Popper y, por primera vez, una mujer, Veronica Wedgwood.
La relevancia de este encuentro reside en la fundación de la Sociedad Mont-Pèlerin por parte de estos intelectuales que se manifestaban en contra de la construcción del Estado Social en los países occidentales y del New Deal. La sociedad se definía como multidisciplinar, con reflexiones y postulados, por ende, no solo económicos, sino también filosóficos y políticos. Esta asociación ha evitado vincularse con partidos políticos, pero ha desempeñado un importante papel en la difusión del ideario neoliberal.
Movilizaciones sociales y construcción del Estado del Bienestar
Sin embargo, en los años 50 y 60, la doctrina neoliberal todavía tiene una influencia casi inexistente en la política, pero también en la sociedad y las clases populares. Estos son años de efervescencia socialdemócrata, en los que se construyen los pilares del Estado del Bienestar en las democracias occidentales. El Estado aumenta considerablemente su presencia y control económicos, al compás de una sociedad que concibe cuestiones como el desempleo o la pobreza problemas de carácter colectivo. Mientras, economistas neoliberales reagrupan sus tesis alrededor de dos grupos principales: la Escuela de Chicago (Friedman) y la Escuela de Austria (Hayek).
Así, la población considera al Estado el responsable de corregir estos problemas y se moviliza para conseguir sus objetivos, por lo que los gobiernos van cediendo poco a poco ante sus demandas. Esta tendencia política se mantendrán hasta los inicios de los 70, cuando una nueva crisis representará una ocasión inmejorable para que el neoliberalismo se haga un hueco en la sociedad y en las instituciones de poder.
En 1973, Estados Unidos y sus aliados en Europa Occidental entraron en un período de recesión tras la decisión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) de no suministrarles más petróleo, del cual eran enormemente dependientes, con motivo de su apoyo a Israel en la disputa bélica entre éste y los Estados de Siria y Egipto.
Lo más reseñable de esta recesión fue el fenómeno de la estanflación, que se caracteriza por la coincidencia de una inflación generalizada en los precios con un estancamiento económico, lo que ponía en jaque las tesis macroeconómicas keynesianas y suponía una ventana de oportunidad para teorías heterodoxas. El neoliberalismo se aprovechó de esta situación y, de forma paulatina, se posicionó como la nueva doctrina hegemónica.
Implementación de las políticas neoliberales
Bajo este contexto, el neoliberalismo no tardaría en hacer su acto de aparición en el plano político. Por un lado, destaca Margaret Thatcher, la famosa Dama de Hierro, que se convirtió en la primera mujer en presidir Reino Unido en 1979 y que causaría un gran impacto en la sociedad británica; y por el otro, cruzando el charco, Ronald Reagan, un ex-actor, converso del Partido Demócrata al Partido Republicano y que representará el nacionalismo estadounidense frente a la Unión Soviética (URSS) en esta época al acceder a la presidencia en 1981. Ambos, de carácter conservador, compartían una visión política y económica de la sociedad y esto desembocaría en un alineamiento entre las dos potencias en lo que a la política exterior respecta.
Recibiendo el asesoramiento económico de la llamada Escuela de Chicago (o Chicago Boys, con personalidades como Friedman) y de la Escuela de Austria (con Hayek como uno de los principales exponentes), llevaron a cabo una desregularización concienzuda del sector financiero (causa primera de la crisis financiera de 2008), atacaron vehementemente a los sindicatos, disminuyendo el poder de negociación de los trabajadores y trabajadoras, y realizaron una reforma fiscal en la que se incrementaron los impuestos indirectos y redujeron los directos, provocando un crecimiento notable de la desigualdad.
Thatcher llevó un paso más lejos si cabe las tesis neoliberales, ya que mientras Reagan ‘’traicionó’’ los postulados neoliberales invirtiendo desmesuradamente en el ámbito militar (por sus disputas con la URSS), la Dama de Hierro desmanteló el entramado de empresas públicas británicas (estrategia que más tarde parte de la derecha europea copiaría, como José María Aznar en España, o incluso partidos de centro izquierda), llegando a plantearse hasta la privatización de la educación.
De este modo, Reino Unido y Estados Unidos marcaban el camino al resto del mundo, llegando el neoliberalismo a extenderse por todo el globo (Europa, Sudamérica, Asia…). Sin embargo, el experimento neoliberal más atrevido fue el efectuado una década antes en Chile, durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973 – 1990), apoyada por Estados Unidos como parte de la Operación o Plan Cóndor. Mucho antes de que Thatcher y Reagan ocuparan las primeras planas de la prensa internacional, en Chile una dictadura militar permitía a los Chicago Boys llevar a cabo sin resistencia popular su programa económico. El propio Hayek argumentaría que la democracia no era una condición indispensable para el neoliberalismo, más aún si una mayoría democrática decidía ir en contra de la ‘’libertad económica’’.
Así, la población considera al Estado el responsable de corregir estos problemas y se moviliza para conseguir sus objetivos, por lo que los gobiernos van cediendo poco a poco ante sus demandas. Esta tendencia política se mantendrán hasta los inicios de los 70, cuando una nueva crisis representará una ocasión inmejorable para que el neoliberalismo se haga un hueco en la sociedad y en las instituciones de poder.
En 1973, Estados Unidos y sus aliados en Europa Occidental entraron en un período de recesión tras la decisión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) de no suministrarles más petróleo, del cual eran enormemente dependientes, con motivo de su apoyo a Israel en la disputa bélica entre éste y los Estados de Siria y Egipto.
Lo más reseñable de esta recesión fue el fenómeno de la estanflación, que se caracteriza por la coincidencia de una inflación generalizada en los precios con un estancamiento económico, lo que ponía en jaque las tesis macroeconómicas keynesianas y suponía una ventana de oportunidad para teorías heterodoxas. El neoliberalismo se aprovechó de esta situación y, de forma paulatina, se posicionó como la nueva doctrina hegemónica.
Implementación de las políticas neoliberales
Bajo este contexto, el neoliberalismo no tardaría en hacer su acto de aparición en el plano político. Por un lado, destaca Margaret Thatcher, la famosa Dama de Hierro, que se convirtió en la primera mujer en presidir Reino Unido en 1979 y que causaría un gran impacto en la sociedad británica; y por el otro, cruzando el charco, Ronald Reagan, un ex-actor, converso del Partido Demócrata al Partido Republicano y que representará el nacionalismo estadounidense frente a la Unión Soviética (URSS) en esta época al acceder a la presidencia en 1981. Ambos, de carácter conservador, compartían una visión política y económica de la sociedad y esto desembocaría en un alineamiento entre las dos potencias en lo que a la política exterior respecta.
Recibiendo el asesoramiento económico de la llamada Escuela de Chicago (o Chicago Boys, con personalidades como Friedman) y de la Escuela de Austria (con Hayek como uno de los principales exponentes), llevaron a cabo una desregularización concienzuda del sector financiero (causa primera de la crisis financiera de 2008), atacaron vehementemente a los sindicatos, disminuyendo el poder de negociación de los trabajadores y trabajadoras, y realizaron una reforma fiscal en la que se incrementaron los impuestos indirectos y redujeron los directos, provocando un crecimiento notable de la desigualdad.
Thatcher llevó un paso más lejos si cabe las tesis neoliberales, ya que mientras Reagan ‘’traicionó’’ los postulados neoliberales invirtiendo desmesuradamente en el ámbito militar (por sus disputas con la URSS), la Dama de Hierro desmanteló el entramado de empresas públicas británicas (estrategia que más tarde parte de la derecha europea copiaría, como José María Aznar en España, o incluso partidos de centro izquierda), llegando a plantearse hasta la privatización de la educación.
De este modo, Reino Unido y Estados Unidos marcaban el camino al resto del mundo, llegando el neoliberalismo a extenderse por todo el globo (Europa, Sudamérica, Asia…). Sin embargo, el experimento neoliberal más atrevido fue el efectuado una década antes en Chile, durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973 – 1990), apoyada por Estados Unidos como parte de la Operación o Plan Cóndor. Mucho antes de que Thatcher y Reagan ocuparan las primeras planas de la prensa internacional, en Chile una dictadura militar permitía a los Chicago Boys llevar a cabo sin resistencia popular su programa económico. El propio Hayek argumentaría que la democracia no era una condición indispensable para el neoliberalismo, más aún si una mayoría democrática decidía ir en contra de la ‘’libertad económica’’.
Así pues, tras una recesión aguda en la posguerra, el país sudamericano experimentaría un gran crecimiento económico entre 1977 y 1982, impulsado por la favorable coyuntura económica internacional, calificado por Friedman como el ‘’milagro de Chile’’. A pesar de ello, la dependencia exterior haría caer en picado la economía chilena en el 82 y las políticas neoliberales condenarían a una desigualdad crónica a la sociedad, de la cual no se ha podido recuperar a día de hoy.
Neoliberalismo, más que una doctrina económica
Tras los fracasos neoliberales, el lector o lectora podría pensar que sería, pues, el momento de cambiar el rumbo y probar con otras políticas macroeconómicas. Nada más lejos de la realidad. La principal causa de la supervivencia de estas tesis es que la influencia del neoliberalismo no fue solo económica, sino también social. Del colectivismo y la solidaridad, se ha pasado a una individualización exacerbada y una nueva concepción de los problemas sociales, tales como la pobreza o la desigualdad, en la que se responsabiliza a cada persona exclusivamente de los mismos.
Este fenómeno ha sido ampliamente estudiado por intelectuales como el periodista inglés Owen Jones, que en su libro Chavs: The Demonization of the Working Class, analiza la situación de la clase obrera en la sociedad británica post-tatcher. Jones explica las consecuencias del legado de Thatcher en la sociedad británica. Esta negaba la existencia de una sociedad y calificaba el concepto de ‘’clase’’ como un término marxista. Bajo estas ideas, reside la concepción de que el individuo es totalmente responsable de su devenir y se materializa en idearios como la cultura del esfuerzo o la meritocracia.
Así pues, se ha ejecutado un proceso de demonización de la clase obrera en el que se la juzga de vaga y zafia, en el que los medios de comunicación hegemónicos han jugado un papel decisivo, mostrando como representativos a los chavs, en español chonis o canis, de toda una clase social. De esta forma, alrededor del 80% de la población se clasifica como clase media, cuando en realidad este porcentaje es de apenas el 50%, lo que demuestra un estigma hacia la clase obrera y la sobreestimación de su capacidad para ascender socialmente, pues una sociedad meritocrática es más un anhelo que una realidad.
Asimismo, la transformación de la doctrina neoliberal de heterodoxa a ortodoxa ha cerrado las puertas a teorías alternativas en la ciencia económica y ha permitido la predominancia de economistas neoliberales en la disciplina. En las últimas décadas, la mayoría de los famosos premios Nobel han sido otorgados a este tipo de economistas (o, como poco, liberales), demostrando la convivencia entre el capital y las altas instancias académicas.
En el ámbito social, algunos economistas, en su mayoría hombres con trajes caros, han ido aumentando su presencia en las tertulias televisivas a dibujar curvas perfectas para ejemplifiar su éxito y difundir las tesis neoliberales. De esta manera, se han extendido premisas económicas falsas entre la sociedad, como que la reducción de impuestos aumenta la recaudación estatal o que las empresas privadas son más eficientes que las públicas, las cuales se han convertido en verdades incontestables, a través de estos pseudocientíficos, que responden a intereses económicos y personales muy concretos.
Últimamente, tratan de pronosticar el aumento del paro con la subida del salario mínimo o el desabastecimiento de mascarillas con la fijación de un precio máximo. Y, aunque no paran de equivocarse, parece que no se consigue quitar el chicle, que representan sus falacias neoliberales, de la suela del zapato. Sin esta revolución social y sin la difusión encubierta y continuada de sus tesis en los medios de comunicación, el neoliberalismo no podría haber repetido receta en 2008.
Con el poder de los sindicatos aniquilado, una izquierda carente de proyecto alternativo tras el shock de la caída de la URSS (1991) y una sociedad descolectivizada, los neoliberales tenían vía libre para aplicar sus medidas de ‘’austeridad’’. De nuevo, una desvirtuación de otro término, cuya crítica ha liderado Pepe Mujica (ex-presidente uruguayo) como ejemplo de la austeridad personal, en la que se han enmascarado como austeridad las políticas neoliberales, que han provocado un nuevo aumento de la desigualdad en los últimos años.
En este caso, el ex-presdiente estadounidense Barack Obama efectuó políticas relativamente keynesianas tras la caída del conglomerado Lehman Brothers en 2008, pero la Unión Europea (UE), bajo el férreo liderazgo de la canciller alemana Angela Merkel, aplicó la receta neoliberal (de la que ahora parece haberse olvidado), mostrándose en extremo preocupada por la deuda de países como Portugal, España o Grecia, pero muy poco por la realidad social de las clases populares en los mismos. Estas políticas, además de nefastas consecuencias económicas, han desencadenado un aumento generalizado del euroescepticismo.
Neoliberalismo, más que una doctrina económica
Tras los fracasos neoliberales, el lector o lectora podría pensar que sería, pues, el momento de cambiar el rumbo y probar con otras políticas macroeconómicas. Nada más lejos de la realidad. La principal causa de la supervivencia de estas tesis es que la influencia del neoliberalismo no fue solo económica, sino también social. Del colectivismo y la solidaridad, se ha pasado a una individualización exacerbada y una nueva concepción de los problemas sociales, tales como la pobreza o la desigualdad, en la que se responsabiliza a cada persona exclusivamente de los mismos.
Este fenómeno ha sido ampliamente estudiado por intelectuales como el periodista inglés Owen Jones, que en su libro Chavs: The Demonization of the Working Class, analiza la situación de la clase obrera en la sociedad británica post-tatcher. Jones explica las consecuencias del legado de Thatcher en la sociedad británica. Esta negaba la existencia de una sociedad y calificaba el concepto de ‘’clase’’ como un término marxista. Bajo estas ideas, reside la concepción de que el individuo es totalmente responsable de su devenir y se materializa en idearios como la cultura del esfuerzo o la meritocracia.
Así pues, se ha ejecutado un proceso de demonización de la clase obrera en el que se la juzga de vaga y zafia, en el que los medios de comunicación hegemónicos han jugado un papel decisivo, mostrando como representativos a los chavs, en español chonis o canis, de toda una clase social. De esta forma, alrededor del 80% de la población se clasifica como clase media, cuando en realidad este porcentaje es de apenas el 50%, lo que demuestra un estigma hacia la clase obrera y la sobreestimación de su capacidad para ascender socialmente, pues una sociedad meritocrática es más un anhelo que una realidad.
Asimismo, la transformación de la doctrina neoliberal de heterodoxa a ortodoxa ha cerrado las puertas a teorías alternativas en la ciencia económica y ha permitido la predominancia de economistas neoliberales en la disciplina. En las últimas décadas, la mayoría de los famosos premios Nobel han sido otorgados a este tipo de economistas (o, como poco, liberales), demostrando la convivencia entre el capital y las altas instancias académicas.
En el ámbito social, algunos economistas, en su mayoría hombres con trajes caros, han ido aumentando su presencia en las tertulias televisivas a dibujar curvas perfectas para ejemplifiar su éxito y difundir las tesis neoliberales. De esta manera, se han extendido premisas económicas falsas entre la sociedad, como que la reducción de impuestos aumenta la recaudación estatal o que las empresas privadas son más eficientes que las públicas, las cuales se han convertido en verdades incontestables, a través de estos pseudocientíficos, que responden a intereses económicos y personales muy concretos.
Últimamente, tratan de pronosticar el aumento del paro con la subida del salario mínimo o el desabastecimiento de mascarillas con la fijación de un precio máximo. Y, aunque no paran de equivocarse, parece que no se consigue quitar el chicle, que representan sus falacias neoliberales, de la suela del zapato. Sin esta revolución social y sin la difusión encubierta y continuada de sus tesis en los medios de comunicación, el neoliberalismo no podría haber repetido receta en 2008.
Con el poder de los sindicatos aniquilado, una izquierda carente de proyecto alternativo tras el shock de la caída de la URSS (1991) y una sociedad descolectivizada, los neoliberales tenían vía libre para aplicar sus medidas de ‘’austeridad’’. De nuevo, una desvirtuación de otro término, cuya crítica ha liderado Pepe Mujica (ex-presidente uruguayo) como ejemplo de la austeridad personal, en la que se han enmascarado como austeridad las políticas neoliberales, que han provocado un nuevo aumento de la desigualdad en los últimos años.
En este caso, el ex-presdiente estadounidense Barack Obama efectuó políticas relativamente keynesianas tras la caída del conglomerado Lehman Brothers en 2008, pero la Unión Europea (UE), bajo el férreo liderazgo de la canciller alemana Angela Merkel, aplicó la receta neoliberal (de la que ahora parece haberse olvidado), mostrándose en extremo preocupada por la deuda de países como Portugal, España o Grecia, pero muy poco por la realidad social de las clases populares en los mismos. Estas políticas, además de nefastas consecuencias económicas, han desencadenado un aumento generalizado del euroescepticismo.
Reacción social y lucha colectiva
La pandemia de COVID-19 está exponiendo la plaga del neoliberalismo
Ante este panorama, la crisis del coronavirus representa otro desafío para la clase política. En países como EEUU o Brasil, parece que las tesis neoliberales van a seguir representando un papel central, al amparo de ultraderechistas como Donald Trump o Jair Bolsonaro, respectivamente. Por otro lado, hay razones para ser optimistas, ya que la UE muestra síntomas de haber aprendido al fin de sus errores y ha manifestado su intención de inyectar dinero en las economías de los países europeos más castigados por el coronavirus y hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) apuesta por ‘’gastar, gastar, gastar’’, lo que seguramente le causaría urticaria a Milton Friedman y se la debe estar causando a Juan Ramón Rallo.
Aun así, como se ha venido señalando a lo largo del artículo, la influencia del neoliberalismo no es solamente económica, sino también social y política. Una sociedad despolitizada y que no es capaz de emprender proyectos y luchas colectivas, representa una presa fácil para estas doctrinas y, por tanto, favorecerá el enriquecimiento de las clases altas, a costa del empobrecimiento de la clase obrera.
El neoliberalismo ha resucitado en el imaginario colectivo las ideas proyectadas por teorías pseudocientíficas como el darwinismo social, con la premisa de que las personas si se esfuerzan pueden conseguir lo que deseen, el que es pobre lo es porque no ha hecho lo suficiente y los problemas mentales se solucionan haciendo ejercicio y teniendo pensamientos positivos.
Un imaginario en el que, cuando hay una crisis provocada por la negligencia de las élites económicas y políticas, se vende a la gente de a pie que «ha vivido por encima de sus posibilidades» y que hay que «apretarse el cinturón». Al mismo tiempo, la inmensa mayoría de las personas ricas ya nacieron ricas o con privilegios de clase y usan su influencia política y la ingeniería fiscal para conseguir amplios dividendos. De hecho, el número de ricos aumentó durante la pasada crisis económica.
Solamente desde el activismo social y desde la concienciación colectiva se puede hacer frente a los ataques del neoliberalismo al Estado del Bienestar y a la desigualdad creciente en todo el globo, como se demostró durante las movilizaciones extendidas por casi todo el mundo entre 2011 y 2014 (el 15-M en España, YoSoy132 en México o OccupyWallStreet en Estados Unidos).
Fuentes, enlaces y bibliografía:
Aun así, como se ha venido señalando a lo largo del artículo, la influencia del neoliberalismo no es solamente económica, sino también social y política. Una sociedad despolitizada y que no es capaz de emprender proyectos y luchas colectivas, representa una presa fácil para estas doctrinas y, por tanto, favorecerá el enriquecimiento de las clases altas, a costa del empobrecimiento de la clase obrera.
El neoliberalismo ha resucitado en el imaginario colectivo las ideas proyectadas por teorías pseudocientíficas como el darwinismo social, con la premisa de que las personas si se esfuerzan pueden conseguir lo que deseen, el que es pobre lo es porque no ha hecho lo suficiente y los problemas mentales se solucionan haciendo ejercicio y teniendo pensamientos positivos.
Un imaginario en el que, cuando hay una crisis provocada por la negligencia de las élites económicas y políticas, se vende a la gente de a pie que «ha vivido por encima de sus posibilidades» y que hay que «apretarse el cinturón». Al mismo tiempo, la inmensa mayoría de las personas ricas ya nacieron ricas o con privilegios de clase y usan su influencia política y la ingeniería fiscal para conseguir amplios dividendos. De hecho, el número de ricos aumentó durante la pasada crisis económica.
Solamente desde el activismo social y desde la concienciación colectiva se puede hacer frente a los ataques del neoliberalismo al Estado del Bienestar y a la desigualdad creciente en todo el globo, como se demostró durante las movilizaciones extendidas por casi todo el mundo entre 2011 y 2014 (el 15-M en España, YoSoy132 en México o OccupyWallStreet en Estados Unidos).
Fuentes, enlaces y bibliografía: