Saturday, 12 April 2025

En el capitalismo moderno, la explotación económica, más que la opresión política, es el verdadero enemigo del pueblo. - Emma Goldman

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El discreto encanto de romantizar la explotación

Por Fernando Buen Abad: Toda una maquinaria de encantamientos distorsionadores se dedica a romantizar la explotación laboral y el saqueo de los recursos naturales. No conviene andarse con rodeos. Han desarrollado sofisticados mecanismos semióticos para enmascarar la violencia inherente a la explotación del trabajo y la naturaleza. Entre sus estrategias más efectivas y odiosas se encuentra la romantización de la explotación y el saqueo, presentándolos como parte del «progreso», el «desarrollo» o incluso la «sostenibilidad» y sus tres categorías fundamentales: la fetichización de la mercancía, la ideología y la hegemonía, y la economía política de los medios de comunicación. Por cierto, Pedro Infante cantó de maravilla en «Nosotros los Pobres». 

Quieren hacernos partícipes de este «romance» que logra disfrazar el fetichismo de la mercancía y que endulza las emboscadas hasta convertir los productos del trabajo en entidades dotadas de una emoción aparentemente intrínseca que oculta maravillosamente las relaciones de explotación que los producen. Y celebrar con alegría su desaparición. Nos advirtieron hace mucho tiempo: «El carácter misterioso de la forma mercancía consiste, por lo tanto, simplemente en que refleja a los hombres las características sociales de su propio trabajo como características objetivas de los productos mismos del trabajo, como propiedades sociales naturales de estas cosas» (Marx, Vol. I, Cap. 1, Sección 4). 

Semejante romance, que se aplica a la fuerza de trabajo y a las mercancías, también abrasa la naturaleza. Bosques, ríos y minerales en fuga se convierten en «sentimientos» que, al ser exaltados por el proceso de saqueo, se convierten en bienes emocionales desconectados de su origen y de la violencia implícita en su apropiación. Así, un diamante deja de ser producto de minas africanas para convertirse en símbolo de amor eterno; un «café orgánico» deja de ser fruto del monocultivo devastador y la miseria campesina para formar parte de una experiencia emocional «auténtica». Cada mañana, tarde y noche. 

Toda esta romántica "vocación" de saqueo expresa la ideología dominante, que no se impone únicamente por la fuerza, sino que también se naturaliza con la colaboración de las víctimas. Un síndrome de San Valentín de Estocolmo. «La conquista del poder cultural precede a la conquista del poder político» (Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, 1930-1935). Esta romantización se embellece con relatos de superación, aventura o incluso heroísmo. La extracción petrolera se presenta como una "hazaña tecnológica" que nos enorgullece; los mineros son retratados como trabajadores orgullosos de su papel en el "desarrollo" del país.

  En sus mercados ideológicos, venden el concepto de "vocación": la Amazonia tiene una "vocación" agrícola, la Patagonia tiene una "vocación" minera, el Ártico tiene una "vocación" petrolera. Con la ayuda de sus laboratorios de guerra semiótica, han refinado estrategias de legitimación que operan centralmente en la reproducción ideológica del amor a la derrota. “La comunicación nunca es neutral; forma parte de la lucha de clases y es un espacio estratégico de hegemonía” Mattelart (Para leer al Pato Donald, 1971). 

Ahora resulta que existe un “capitalismo verde”, y multinacionales como Shell y Coca-Cola han lanzado emocionantes campañas que promueven su imagen de “sostenibilidad” para encubrir su depredación. Algunas también comercian con sus “programas de reforestación” y financian documentales sobre el cambio climático para obtener ganancias y subsidios. El capitalismo que destruye el planeta se presenta como un salvador que también comercia con lo destruido. Nada es gratis. Crecimos con “Pepe el Toro”, conmovidos por la musicalización de la miseria. Amasan fortunas. Dejemos de creer en su mito del “progreso” y la “civilización” como justificación del saqueo. Que no nos vendan la explotación como un proceso “natural” e inevitable, ni la expropiación de tierras y recursos, disfrazada de “proyecto civilizador”. Basta de héroes emprendedores que “dominan la naturaleza”. "El capitalista no es más que el capital personificado (...). Su alma es el alma del capital."

 Esa romantización además, suele estar embebida en todo género de cursilerías adornadas con un aura sentimental, impostada, que transforma en sentimientos contradictorios, las relaciones de explotación que lo producen. No basta con vender un diamante, y todo el trabajo que lo convierte en mercancía, hay que mitificarlo como el testimonio eterno del amor verdadero; un perfume no es un simple líquido aromático, sino la esencia de la personalidad y la seducción; un automóvil no es un medio de transporte, es trance de aventuras y libertad. “El capitalismo no sólo vende productos, vende mundos simbólicos en los que las mercancías son la clave de acceso a la felicidad” Mattelart. (Historia de la sociedad de la información, 2002).

 Todo sentimiento humano se convierte en mercancía y viceversa. Nos venden emociones de despojo enlatadas y prefabricadas. Amamos consumir porque eso si es sentir, comprar es amar, regalar es redimir. Son sinceros afectos por afectos manipulados. Su romantización contribuye a la construcción de una falsa conciencia, que también ofrecen la ilusión de compromiso moral con quien saquea al planeta mientras se apropia del plus-producto. Desmantelar la romantización de la explotación y el saqueo implica despojar al capitalismo de sus relatos sentimentales para exponer con toda crudeza el circo sensiblero a que hemos sido sometidos con toda su crudeza mercenaria. Desmontar su sentimentalismo impostado y devolver el protagonismo a las relaciones sociales. No más trabajo, y materia prima, esquilmados como si fuese una “historia de amor”.

 

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