Saturday, 30 August 2025

Canadá, el infierno viviente que desconoces, “una prisión monstruosa en la que elegimos vivir”

Esta publicación no se puede compartir.                                                                                         En respuesta a la legislación del gobierno canadiense, no se puede compartir contenido de noticias.                           Más información. Esta página te pide que confirmes que deseas salir; es posible que la información que ingresaste no se guarde.

El gran chiste contra Venezuela: la geopolítica disfrazada de combate a la droga

por Pino Arlacchi*: Durante mi mandato al frente de la UNODD, la agencia de la ONU contra la droga y la delincuencia, estuve en Colombia, Bolivia, Perú y Brasil, pero nunca visité Venezuela. Simplemente no era necesario.

La cooperación del gobierno venezolano en la lucha contra el narcotráfico era una de las mejores de Sudamérica, solo comparable con el impecable historial de Cuba. Este hecho, en la delirante narrativa de Trump de «Venezuela como narcoestado», suena a una calumnia con motivaciones geopolíticas.

Pero los datos —los verdaderos— que surgen del Informe Mundial sobre Drogas 2025, la organización que tuve el honor de dirigir, cuentan una historia opuesta a la que difunde la administración Trump. Una historia que desmantela pieza por pieza la invención geopolítica construida en torno al «Cártel de los Soles», una entidad tan legendaria como el Monstruo del Lago Ness, pero apta para justificar sanciones, embargos y amenazas de intervención militar contra un país que, casualmente, se asienta sobre una de las mayores reservas de petróleo del planeta.

Venezuela según la UNODD: Un país marginal en el mapa del narcotráfico

El informe 2025 de la UNODD es clarísimo, lo que debería avergonzar a quienes han construido la retórica que demoniza a Venezuela. El informe apenas menciona a Venezuela, afirmando que una fracción marginal de la producción colombiana de drogas pasa por el país rumbo a Estados Unidos y Europa. Venezuela, según la ONU, se ha consolidado como un territorio libre del cultivo de hoja de coca, marihuana y productos similares, así como de la presencia de cárteles criminales internacionales. (https://www.unodc.org/unodc/data-and-analysis/world-drug-report-2025.html)

El documento simplemente confirma los 30 informes anuales anteriores, que omiten el narcotráfico venezolano porque no existe. Solo el 5% de la droga colombiana transita por Venezuela. Para poner esta cifra en perspectiva: en 2018, mientras 210 toneladas de cocaína transitaban por Venezuela, Colombia produjo o comercializó 2.370 toneladas (diez veces más) y Guatemala, 1.400 toneladas (en Colombia EEUU dispone de siete bases militares, rodeadas de productores de coca…).

Sí, leyeron bien: Guatemala es un corredor de drogas siete veces más importante que el supuesto temible narcoestado bolivariano. Pero nadie habla de ello porque Guatemala históricamente ha tenido escasez —produce el 0,01% del total mundial— de la única droga no natural que le interesa a Trump: el petróleo.

El Fantástico Cártel del Sol: ficción Hollywoodense

El «Cártel del Sol» es producto de la imaginación de Trump. Supuestamente está liderado por el presidente de Venezuela, pero no se menciona en el informe de la principal agencia antidrogas del mundo, ni en los documentos de ninguna agencia europea ni de casi ninguna otra agencia anticrimen del mundo. Ni siquiera una nota a pie de página. Un silencio ensordecedor que debería hacer reflexionar a cualquiera con un mínimo de pensamiento crítico. ¿Cómo puede una organización criminal tan poderosa como para merecer una recompensa de 50 millones de dólares ser completamente ignorada por quienes trabajan en el ámbito antidrogas?

Ecuador: El verdadero centro que nadie quiere ver

Mientras Washington levanta el fantasma venezolano, los verdaderos centros del narcotráfico prosperan casi sin interrupciones. Ecuador, por ejemplo, representa el 57% de los contenedores de banano que salen de Guayaquil y llegan a Amberes cargados de cocaína. Las autoridades europeas incautaron 13 toneladas de cocaína de un solo barco español, procedente precisamente de puertos ecuatorianos controlados por empresas protegidas por funcionarios del gobierno ecuatoriano.

La Unión Europea elaboró un informe detallado sobre los puertos de Guayaquil, documentando cómo «las mafias colombianas, mexicanas y albanesas operan ampliamente en Ecuador». La tasa de homicidios en Ecuador se disparó de 7,8 por cada 100.000 habitantes en 2020 a 45,7 en 2023. Sin embargo, Ecuador rara vez se menciona. ¿Quizás porque Ecuador produce solo el 0,5% del petróleo mundial y porque su gobierno no se ha acostumbrado a desafiar el dominio estadounidense en Latinoamérica?

Las verdaderas rutas de la droga: Geografía vs. Propaganda

Durante mis años en la UNODC, una de las lecciones más importantes que aprendí es que la geografía no miente. Las rutas de la droga siguen una lógica precisa: proximidad a los centros de producción, facilidad de transporte, corrupción de las autoridades locales, presencia de redes criminales establecidas. Venezuela no cumple casi ninguno de estos criterios.

Colombia produce más del 70% de la cocaína mundial. Perú y Bolivia concentran la mayor parte del 30% restante. Las rutas lógicas para llegar a los mercados estadounidense y europeo son el Pacífico hacia Asia, el Caribe Oriental hacia Europa y, por tierra, Centroamérica hacia Estados Unidos.

Venezuela, colindante con el Atlántico Sur, se encuentra en desventaja geográfica para las tres rutas principales. La logística criminal convierte a Venezuela en un actor marginal en el vasto escenario del narcotráfico internacional.

Cuba: El Ejemplo que los averguenza

La geografía no miente, pero la política puede vencerla. Cuba sigue representando el modelo de oro de la cooperación antidrogas en el Caribe. Una isla no lejos de la costa de Florida, una base teóricamente perfecta para el tránsito hacia Estados Unidos, pero en la práctica, permanece fuera del alcance del narcotráfico. He observado repetidamente la admiración de los agentes de la DEA y el FBI por las rigurosas políticas antidrogas de los comunistas cubanos.

La Venezuela chavista ha seguido consistentemente el modelo cubano en la lucha contra las drogas, inaugurado por el propio Fidel Castro: cooperación internacional, control territorial y represión de la actividad criminal. Ni Venezuela ni Cuba han tenido jamás grandes extensiones de tierra cultivadas con cocaína y controladas por grandes delincuentes.

La Unión Europea no tiene intereses petroleros particulares en Venezuela, pero sí tiene un interés concreto en combatir el narcotráfico que asola sus ciudades. La Unión ha elaborado su Informe Europeo sobre Drogas 2025. El documento, basado en datos reales y no en ilusiones geopolíticas, no menciona en ningún momento a Venezuela como corredor del narcotráfico internacional.

Esta es la diferencia entre un análisis honesto y una narrativa falsa e insultante. Europa necesita datos fiables para proteger a sus ciudadanos de las drogas, por lo que elabora informes precisos. Estados Unidos necesita justificación para sus políticas petroleras, por lo que produce propaganda disfrazada de inteligencia.

Según el informe europeo, la cocaína es la segunda droga más consumida en los 27 países de la UE, pero las principales fuentes están claramente identificadas: Colombia para la producción, Centroamérica para la distribución y diversas rutas a través de África Occidental para la distribución. Venezuela y Cuba simplemente no figuran en este panorama.

Pero Venezuela es sistemáticamente demonizada, en contra de cualquier principio de verdad. El exdirector del FBI, James Comey, ofreció la explicación en sus memorias posteriores a su renuncia, donde analizó las motivaciones inconfesables detrás de las políticas estadounidenses hacia Venezuela: Trump le había dicho que el gobierno de Maduro era «un gobierno sentado sobre una montaña de petróleo que tenemos que comprar». No se trata de drogas, delincuencia ni seguridad nacional. Se trata de petróleo que sería mejor no pagar.

Es por tanto Donald Trump quien merece una recompensa internacional por un delito muy específico: «calumnias sistemáticas contra un Estado soberano con el fin de apropiarse de sus recursos petroleros».

Pino Arlacchi fue Vicesecretario General de las Naciones Unidas y Director Ejecutivo de la UNODD, el programa antidroga y anticrímenes de la ONU.

 

 

Wednesday, 13 August 2025

A free press is the cornerstone of democracy; there is no question about that - H. Grant

                                         Esta publicación no se puede compartir. De acuerdo con la legislación del gobierno canadiense, no se puede compartir contenido periodístico. 2+ Thousand High Tech Warfare Royalty-Free Images, Stock Photos & Pictures  | Shutterstock                                         El El negocio de la guerra tecnológica.

Por Silvia Ribeiro: Cuatro altos ejecutivos de empresas tecnológicas se unieron al Ejército de los EE. UU. con el rango de teniente coronel.

 Cuatro altos ejecutivos de empresas tecnológicas —Meta (propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp), OpenAI (propietaria de ChatGPT) y Palantir— se unieron al Ejército de los EE. UU. en junio de 2025, ya no como contratistas ni colaboradores, sino como miembros de la reserva del propio ejército. Todos recibieron el rango de teniente coronel.

Son los primeros miembros del Destacamento 201, el nuevo Cuerpo Ejecutivo de Innovación del Ejército de los EE. UU. Según un comunicado oficial, este cuerpo está diseñado para "guiar soluciones tecnológicas rápidas y escalables a problemas complejos", con el objetivo de transformar el Ejército en "una fuerza más efectiva, inteligente y letal" (https://tinyurl.com/nywph79f). 

 Los ejecutivos que se unieron al Ejército de los EE. UU. son Shyam Sankar, director de tecnología de Palantir (quien inició el proyecto); Adam Bosworth, director de tecnología de Meta; Kevin Weil, director de producto de OpenAI; y Bob McGrew, exejecutivo de OpenAI. 

 Palantir es una empresa de software y análisis de datos especializada en aplicaciones militares y de vigilancia. Su principal cliente es el Departamento de Defensa de Estados Unidos. Según Investigate, entre 2008 y 2024, Palantir recibió contratos de dicho departamento por valor de 1200 millones de dólares. Palantir proporciona servicios y equipos utilizados en el genocidio de Gaza y en la vigilancia de migrantes en Estados Unidos (https://investigate.info/company/palantir-technologies).

  La colaboración activa de las grandes tecnológicas con el complejo militar-industrial no es nueva, pero desde la guerra de la OTAN en Ucrania y el genocidio israelí en Palestina, se ha intensificado, ampliado y profundizado. La integración directa de altos ejecutivos como miembros del ejército estadounidense tiene implicaciones tanto simbólicas como prácticas. Expone el vínculo cada vez más estrecho entre las grandes tecnológicas y el complejo militar-industrial, su papel crucial en guerras y ataques con nuevas armas digitales, como software, drones y robots autónomos letales; y el desarrollo de amplios sistemas de vigilancia y control tanto en situaciones de guerra como entre la población civil.

Las empresas tecnológicas se mostraron algo reticentes a admitir públicamente que se dedican al negocio de la guerra —aunque llevan años colaborando mediante contratos—, pero a pesar de las protestas de sus empleados y organizaciones, desde 2024, una tras otra, han ido modificando sus propios estándares éticos para firmar contratos por cientos de millones de dólares con gobiernos y sus agencias militares, especialmente Estados Unidos e Israel (https://tinyurl.com/yxu7w2pn). Ahora han logrado entrar en el ejército, lo que, además, constituye un claro conflicto de intereses en la disputa por los fondos públicos. 

 El 6 de agosto de 2025, The Guardian publicó un nuevo informe de investigación, en colaboración con la publicación israelí-palestina Magazine +972 y el medio de comunicación en hebreo Local Call, que revela que Microsoft ha estado colaborando con la Unidad 8200 del sistema de defensa israelí desde 2021 para interceptar casi un millón de llamadas telefónicas y mensajes de texto en Gaza y Cisjordania. Microsoft accedió a permitir al régimen de Netanyahu utilizar los servicios ilimitados de la nube de Azure para alojar miles de millones de archivos de audio y mensajes, que se almacenarían en un espacio cifrado y de acceso restringido. (https://tinyurl.com/mw5fevw9) 

 Microsoft afirmó desconocer el uso que Israel hace de esta información, como ya ha hecho en el pasado. Sin embargo, gestionar cantidades tan grandes de información solo es posible con programas y algoritmos de alta tecnología proporcionados a la Unidad 8200 por varias grandes empresas tecnológicas, como revelaron los mismos periodistas en 2024 (https://tinyurl.com/y5ukmved). Según tres fuentes de la Unidad 8200, la plataforma de almacenamiento en la nube facilitó la preparación de mortíferos ataques aéreos y ha sido clave para configurar las operaciones militares en Gaza y Cisjordania.

Estos no son asuntos menores. Las megaempresas tecnológicas —varias de las mencionadas anteriormente y otras como Amazon, Microsoft, Google, Apple, Nvidia y Tesla— se encuentran entre las mayores empresas del mundo en términos de ingresos, y el valor de mercado de cada una de las 10 más grandes supera el PIB de la gran mayoría de los países del mundo, lo que les otorga un enorme poder e influencia. Controlan no solo software y equipos digitales, sino también la mayoría de los cables submarinos que permiten las comunicaciones por internet, así como la mayoría de las comunicaciones por satélite, los satélites y el transporte en órbita terrestre baja.

Por si fuera poco, controlan gran porción de las redes sociales y de medios de "comunicación" mediante éstas, lo que abona a la guerra mediática y la emisión de noticias falsas y sesgadas sobre guerras, conflictos sociales y en general todo tipo de actividades y situaciones, incluso salud, educación y gestión gubernamental. El experimento de intervenir todas las llamadas y mensajes de poblaciones enteras, así como los programas para usar esa información, nos afecta potencialmente a todas y todos, y es sin duda codiciado por otros gobiernos y actores.

Thursday, 7 August 2025

Me he convertido en la Muerte, la Destructora de Mundos. J. Robert Oppenheimer

     

Hiroshima y Nagasaki: Semiótica del Horror

                                blog hiroshima01

 Por Fernando Buen Abad: Sus hongos nucleares no sólo se alzaron como fenómenos físicos: se convirtieron en íconos propagandísticos. La imagen del hongo atómico fue rápidamente integrada a la cultura visual de la posguerra. En lugar de ser símbolo de horror, fue estetizada, vaciada de su carga crítica, convertida en arte pop, en ironía, en advertencia aséptica.

Toda la historia del siglo XX está marcada por heridas que no cicatrizan. Dos de ellas, Hiroshima y Nagasaki, no son simples episodios del pasado: son signos ardientes, nódulos semióticos de una violencia imperialista que se perpetúa y se renueva. Han pasado décadas desde que Estados Unidos lanzó las primeras bombas atómicas sobre población civil, pero el horror no ha sido desmontado, no ha sido juzgado, no ha sido reparado. La “era nuclear” no se cerró: se institucionalizó como una nueva forma de chantaje político y dominación ideológica. Un mensaje asesino contra todo proyecto socialista usando a Japón como caja de resonancia mundial.

Desde nuestra Filosofía de la Semiosis, y con los principios del Humanismo de Nuevo Género, urge una crítica profunda que no se quede en la condena moral superficial ni en el revisionismo inocuo. Lo que sucedió en Japón en agosto de 1945 fue una operación completa de semiosis macabra capitalista: el capital, en su fase imperialista, habló con el lenguaje más brutal posible. No sólo destruyó ciudades; instauró un régimen de signos cuyo objetivo era disciplinar a la humanidad entera mediante el miedo tecnológicamente gestionado.

Este texto no pretende conmemorar. Pretende desactivar la bomba semiótica que sigue explotando cada día. Un poder que no actúa sólo con bombas, sino con signos de extorsión burguesa. La operación atómica de Hiroshima y Nagasaki no fue sólo odio de clase bélico: fue una comunicación de muerte dirigida al planeta entero. El mensaje era claro: quien no se someta al orden capitalista será destruido sin contemplación, sin ética, sin responsabilidad histórica. Su bomba fue diseñada no sólo para matar, sino para significar. En un escenario donde Japón ya estaba militarmente derrotado y buscaba la rendición, el ataque atómico fue innecesario desde el punto de vista militar. Pero fue absolutamente necesario desde el punto de vista semiótico imperialista. Era el nacimiento de un nuevo orden de signos: la era del chantaje nuclear, la era del control simbólico mediante la destrucción ejemplar.

Sus hongos nucleares no sólo se alzaron como fenómenos físicos: se convirtieron en íconos propagandísticos. La imagen del hongo atómico fue rápidamente integrada a la cultura visual de la posguerra. En lugar de ser símbolo de horror, fue estetizada, vaciada de su carga crítica, convertida en arte pop, en ironía, en advertencia aséptica. Así, el poder imperial logró un objetivo doble: destruir materialmente y neutralizar simbólicamente la resistencia. Uno de los escándalos más elocuentes de Hiroshima y Nagasaki es el silencio cómplice de muchas corrientes intelectuales liberales. Mientras miles de cuerpos eran calcinados, el humanismo burgués se replegaba en retóricas ambiguas. Se refugiaba en categorías abstractas como “el fin justifica los medios” o “la lógica de la guerra”.

Pero el Humanismo de Nuevo Género no acepta esa cobardía ética. Comprende que cada estructura semiótica está atravesada por relaciones de clase, y que el humanismo tradicional ha servido históricamente para legitimar la barbarie cuando esta beneficia a las élites. No basta con proclamar amor al ser humano en general. Hay que asumir que ese “ser humano” está dividido por clases, por razas, por géneros, por geografías. Y que hay un tipo específico de humanidad –la humanidad proletarizada, racializada, colonizada– que fue la víctima de Hiroshima y Nagasaki. La neutralidad ante este crimen es, en sí misma, una forma de participación en el crimen. El silencio es una forma de autorización. El eufemismo es una forma de complicidad. Y la estetización del horror es una forma de legitimación simbólica.

Desde nuestra postura como Filosofía de la Semiosis, Hiroshima no puede interpretarse simplemente como un acontecimiento “físico” o “militar”. Es un relato con sentido condensado, una unidad semiótica de altísima densidad histórico-criminal. La bomba atómica fue el producto final de una larga cadena de mediaciones simbólicas, ideológicas, técnicas y económicas. Fue el resultado de una semiosis planificada por el capitalismo, que convirtió la ciencia en tecnología de exterminio. Las ciencias físicas, al servicio del capitalismo, no producen neutralidad, producen devastación con cálculo. El conocimiento científico, si no está atravesado por una ética revolucionaria, puede ser instrumentalizado como herramienta de opresión y represión.

Su bomba es, entonces, el epítome de la semiosis capitalista: toma la materia, la convierte en poder destructivo, y le agrega un sentido burgués. No basta con matar: hay que hacerlo de tal forma que la muerte funcione como mensaje disciplinador y como un negocio histórico. Cada ciudad bombardeada se volvió un signo. Cada cuerpo carbonizado fue un texto tatuado en la memoria de los pueblos. Cada fotografía de los efectos de la radiación es parte de una pedagogía del horror que el capitalismo sigue administrando para imponer su hegemonía. Lo más perturbador es cómo Hiroshima fue absorbido por la cultura de masas y convertido en entretenimiento. La memoria del crimen fue desplazada por su representación espectacular. Películas, cómics, videojuegos y hasta publicidades han utilizado el imaginario nuclear como atractivo visual.

Este fenómeno no es accidental: es parte del dispositivo semiótico de normalización del terror. La estetización del hongo atómico es una estrategia de neutralización de su carga política. Se trata de vaciar el signo de su contenido histórico para que pueda ser consumido sin culpa. El capitalismo se apropia del horror y lo convierte en mercancía simbólica. La cultura hegemónica no distorsiona Hiroshima para evitar que se repita, sino para consolidar su relato de poder: “Miren lo que somos capaces de hacer”. Su bomba dejó de ser una advertencia para convertirse en un ícono de supremacía tecnológica. Así se produce una semiótica invertida: lo que debió ser el símbolo del límite moral de la humanidad se convirtió en el símbolo de la omnipotencia del imperio.

Desde nuestra visión con Humanismo de Nuevo Género, crimen masivo se impone como sujeto político. No debe ser diluido con compasión pasiva, sino con compromiso activo. Creer que Hiroshima fue una excepción histórica es un error. Fue el inicio de una nueva forma de guerra. Desde entonces, la lógica del exterminio como forma de comunicación política se ha globalizado. Las intervenciones de la OTAN, los drones asesinos, las sanciones económicas que matan poblaciones enteras, son formas derivadas de Hiroshima. Cambian los medios, pero se mantiene la semiosis: el uso de la muerte como mensaje. Hiroshima fue el laboratorio semiótico perfecto. La expansión de ese modelo se ve hoy en Palestina, en Yemen, en Libia, en Siria, en Haití, en Venezuela, en Irán. El capitalismo ya no necesita sólo bombas atómicas para disciplinar, usa también sus medios de comunicación, algoritmos, bloqueos y desinformación como máquinas de guerra cognitiva.

Frente a este dispositivo de dominación simbólica, el Humanismo de Nuevo Género propone una contra-semiosis. No se trata sólo de protestar, sino de generar nuevos sentidos, nuevas formas de narrar la historia, nuevas prácticas de memoria activa. La crítica no debe limitarse al análisis. Debe organizarse como intervención. Hay que crear espacios donde la memoria de Hiroshima sea politizada, no museificada. Hay que devolverle a ese signo su potencia transformadora. Nuestra Filosofía de la Semiosis debe ponerse al servicio de la emancipación. No puede ser neutra ni “académica” en el sentido burocrático burgués. Debe articular teoría con práctica, lenguaje con organización, crítica con acción colectiva.

No se trata sólo de construir “otro relato”, hay que desmontar el sistema de signos del capital. No se trata de contar mejor la historia, sino de transformar su curso. Hiroshima y Nagasaki no son pasado. Son presente permanente. La bomba sigue cayendo, no con uranio enriquecido, sino con significados empobrecidos, con imágenes manipuladas, con discursos legitimadores. Nuestro Humanismo de Nuevo Género no olvida. No perdona. No neutraliza ni naturaliza. Asume el dolor de Hiroshima como punto de partida para una ética revolucionaria. Asume la responsabilidad de interrumpir la cadena de signos que perpetúan la barbarie. Mientras el crimen siga impune, la crítica no puede detenerse. Mientras los responsables sigan gobernando el mundo, la semiosis emancipadora debe profundizarse. Nuestra tarea no es sólo recordar o lloriquear Hiroshima, sino impedir que se repita en cada esquina del planeta. Y para eso, se necesita más que memoria: se necesita organización, lenguaje, filosofía, lucha. Plan de lucha semiótica.